Mi veinticuartosiete es mi retaguardia y mi barricada, corrió desde antes que yo para mostrarme que los obstáculos son sólo eso y ficción de la vida que se cultiva con letras y verdades a medias; me mostró que los problemas son más risas y carcajadas, que a manera de recuerdos nos dejan experiencia, y como tragedias son meros efectos especiales. Ella me mostró que a pesar de que no tengo alas puedo volar y aunque el agua sea profunda y veloz puedo salir avante sin siquiera mojarme.
Con toda paciencia me ha mostrado que los motivos de vivir ameritan que se eleve el ancla a pesar de viajar hacia la adversidad, pues ahí, detrás de la tormenta es donde se encuentran las metas. Así es como ha logrado que esté a su lado con la meta en el bolsillo.
Ella ha apostado todos sus días para que cada uno alcance su objetivo, pues sabe las virtudes, valores y capacidades de nosotros. Siempre acierta cuando alguien va a decir yo y cuando otro dirá él; sin duda no ha terminado la escuela de la vida y aunque desconoce el final del túnel, tengo por seguro que nunca va volver la mirada, ni por descuido, y no tiene temor a alcanzar el fin de los tiempos por una causa o por un sueño.
No tengo a quien más agradecerle que me dejara desde que fue necesario para iniciar una carrera y recientemente terminarla: sólo a ella, que estuvo atenta desde la distancia escuchando mis problemas, ayudándome cuando era necesario y cuando no, me lo hacía saber. Con todo esto me ha inculcado que: en la vida solo cargas lo que puedes, no más, y todo lo malo siempre trae bueno, ya que cabe la posibilidad de que podría ser peor.
Todo esto sólo se lo puedo agradecer a mi madre de una manera: ayudándole a levantar su morada como ella la ha soñado, como un espacio para sus nuevas hijas que son las flores y desde donde me ha mostrado que lo que siembras con cariño, lo cosechas con amor. No es mucho lo que tengo que hacer por ella, pero si por algo pudiera cambiar mis sueños, sería por los de ella. Gracias.
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